5 ene 2012

Capítulo 48

Profesionalizarnos para trabajar, y no viceversa 
Pablo Aparicio Resco

Había algo que me aquejaba desde hacía tiempo. Una pequeña espinita que clamaba por escapar. Un problema que necesitaba solución urgente: me encontraba estudiando Historia del Arte y quizás no estuviera tan preparado como debiera para acudir a una excavación, para inmiscuirme en el mundo de la arqueología. Por desgracia –y no precisamente para mí– no tenía nada de qué preocuparme.
El sol brillando sobre mi cabeza. Rodillas en el suelo y paletín en mano, llegó el día. Resulta que la gente con la que excavaba codo con codo, en su mayoría estudiantes de Historia, tenían los mismos conocimientos que yo para realizar aquella práctica. Las supuestas asignaturas de arqueología que a todos nos habían impartido en la facultad –incluido a mí– habían sido en realidad un sucedáneo de Historia Antigua, Arte Antiguo e Historia de los Primeros Exploradores. Surgía entonces, tras unas cuantas campañas en las que llegaban “reclutas” igual de preparados que yo en mi primera vez, una terrible pregunta: ¿es que acaso cualquiera vale para hacer arqueología? Eso parecía.
Hoy me acosa otra de igual calibre: ¿es que acaso ninguno valíamos para hacer arqueología? Desgraciadamente, me temo que así es: la cantera de arqueólogos no se encuentra en las universidades sino en los yacimientos. A fuerza de consejos “a pie de obra”, fallos y errores, y mucha práctica, se forman los peones de la arqueología, supervisados, eso sí, por todo tipo de alfiles, torres, caballos, reyes y reinas en continuas guerras y disputas. Todo ello da pie a que se considere válida para excavar a gente proveniente de un amplísimo arco de estudios delimitado según su cercanía a la Historia. Esta situación es, sin embargo, comprensible e indispensable para que surjan arqueólogos ya que no existe en España ninguna titulación específica de nuestra disciplina –en la actualidad, y sin ninguna promoción todavía, existen solo tres universidades que imparten un dudoso Grado de Arqueología–.
Este sistema en el que hay que trepar desde el barro ayudado por un fuerte autoaprendizaje, esquivando las zancadillas de todos aquellos que se niegan a perder el protagonismo schliemaniano, es la causa de que hoy la sociedad considere la arqueología como algo que hacer en los veranos, como un romántico hobby de tiempo libre. Es la causa de que la Arqueología no esté considerada como una profesión más, en la que también se suda, también se duerme poco y mal, también se ve poco a la familia, también se lucha con la burocracia. Y, para colmo, se ganan cuatro duros. Para que luego te digan que “son cuatro piedras”, que “¡Anda! ¡Como Indiana Jones!” y que “no nos cansaremos mucho dándole al pincel”.
Creo que, de cara al futuro, es extremadamente necesaria la profesionalización de nuestra disciplina. Por lo pronto, estableciendo una titulación universitaria propia y reconocida que se imparta en toda España. Y no basta con cambiar el hábito y no al monje, cosa que me temo que se está llevando a cabo, no basta con cambiar el nombre y no los contenidos: es necesario que se imparta y se enseñe una arqueología actual, pública, social y patrimonial. Es imprescindible la puesta en marcha de la enseñanza de una arqueología técnica que verdaderamente prepare al arqueólogo para ser capaz de llevar a cabo, con las mejores armas, los tres pilares de su disciplina: la excavación, la investigación y la divulgación. Sin ello jamás conseguiremos un reconocimiento como lo que al fin y al cabo somos: trabajadores.
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Pablo Aparicio Resco Nacido en 1989, soy estudiante del último año de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid. He participado en campañas de excavación en diversos yacimientos de España, la República de Macedonia e Italia. Durante el año pasado estuve estudiando Arqueología en la Universidad de Roma Tre y excavando en dos yacimientos de esta ciudad.

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